martes, 20 de septiembre de 2011

De mujer maravilla a mamá

Hace dos días que la mujer maravilla, esa que me creo que soy cuando me calzo el disfráz para salir todos los días a la calle, para desempeñarme en la vida como profesional, como mujer, como madre, como amiga, como hermana, dejó paso a la otra mujer que hay en mi, a la que parió, a la que dio vida.
Y es que mi hijo mayor, suena a tanto y son apenas 7 años, se va de viaje por primera vez, a otra provincia y por 3 días. Y no, cuando digo a otra provincia no hablo de 500 kilómetros de distancia. Hablo de apenas 130 km, pero que claro, a mi me parecen miles.
Y yo, la que siempre fue independiente, la que desde chica se iba a dormir sin problemas a cualquier lado y la que cría a sus hijos día a día inculcándoles esa libertad, la que quiere que vivan sin miedos, la que los quiere independientes de mamá y papá, esa misma, hoy no puede con sus miedos.
No, no me preocupa que no pueda cortarse la milanesa del almuerzo, o que decida no bañarse y andar tres días sucio (al fin y al cabo lo hará miles de veces en su vida y yo no podré hacer nada). Tampoco me preocupa que se mande una travesura de chico o que coma mal. No me desvela que no se ponga protector o repelente para mosquitos. Tampoco me importa que ande en remerita y desabrigado ignorando los 4 buzos que seguramente le pondré en el bolso. La verdad, la pura verdad, es que todas esas cosas me tienen sin cuidado. Me importan poco y casi nada, es más, me importan nada.
Me preocupa el viaje en colectivo. La ruta. Que ante su inocencia alguien pueda hacerle mal. Y un sin fin de cosas irreproducibles que se me cruzan por la cabeza sin que yo pueda controlarlas. Me preocupa que pasen esas cosas irremediables de la vida, esas que nos marcan y cambian para siempre.
Busco explicaciones en mi cabeza a estos miedos, hace dos días que las busco, y de repente, lo entiendo todo. De pronto me remonto en el tiempo y vuelvo 7 años atrás. Me veo en la clínica con mi bebé en brazos y me acuerdo, con una claridad abrumadora, lo que sentí en ese momento. Mientras miraba a Tiago tan chiquito, tan mío, tan indefenso, sentí por primera vez en la vida que a partir de ese momento yo era vulnerable para siempre, que ahora ese ser me volvía la persona más vulnerable del mundo porque si algo le pasaba, mi vida y mi mundo nunca más volverían a ser los mismos.
Esa misma sensación de vulnerabilidad me invadió una vez cuando estuvo muy enfermo y me vista de nuevo ahora.
Y sé que nada puedo hacer, que tengo que dejarlo volar y sentarme a amasar y a domar mis miedos. Sentarme a esperar que todo salga bien, que la vida decida no golpearme a través de lo que más amo.
Y me siento y espero. Y sé que todo saldrá bien y que algún día recordaremos este viaje como uno más de los que seguramente hará en toda su vida.
Y sé que voy a despedir a mi hijo con una sonrisa, llenándolo de besos y seguridades, aunque yo por dentro me quede temblando como una hoja mientras pongo a correr el cronómetro que active la cuenta regresiva de las horas que faltan para que vuelva a abrazarlo.
La pucha, qué fácil había resultado ser la mujer maravilla y que difícil ser esta mamá llena de miedos.

sábado, 30 de julio de 2011

De eso se trata

Creer.
Soñar.
Despertarse.
Desencantarse.
Jurar en no volver a confiar.
Distraerse, y un día, volver a creer.
Volar.
Caminar por las nubes.
Mirar el mundo desde otra dimensión.
Sentirse tremendamente vivo.
Y de repente, caída libre, otra vez.
Morder y acariciar la tierra.
Sacudirse.
Repensarse.
Mirarse desde afuera.
Mirarse para adentro.
Olvidarse las autopromesas.
Dejarse llevar.
Volver a jugar.
Sacarse y ponerse la coraza, una y mil veces.

miércoles, 20 de julio de 2011

Lo mejor de cada casa

No recuerdo cuántos años tenía, pero no debo haber pasado los 12 o 13, el día que mi papá me hizo escuchar la canción “Las malas compañías”, de Serrat ( http://www.youtube.com/watch?v=rQIv3Ynfxn0 ). Fiel a su estilo, no sólo trataba de hacer que conozca la canción, sino que la escuche, que entienda la letra.
Como no podía ser de otra manera, se conocía las canciones de memoria y me repetía las partes más importantes explicándomelas.
De todas las canciones que me hizo escuchar, esta fue una de las más especiales (aunque no la más especial). Todavía me veo sentada en la cocina de casa con él, escuchándola. Recuerdo la explicación que me dio en cada parte, cómo me enseñó qué significaba cada palabra. Cómo se reía de manera pícara durante las primeras estrofas ante mi cara de: “esos no pueden ser buenos amigos”. Con su cara parecía decirme: “esperá, ya vas a ver que esos sí son amigos”.
Y sí, después venía lo mejor. Después venía la explicación de lo que son los amigos de verdad, de lo fundamentales que son en nuestras vidas, del sentido que le dan.
Tengo que confesar que no soy de esas personas que andan derrochando saludos por el día del amigo, para mi el día del amigo no es navidad o año nuevo. No. Mezquiné siempre los saludos, como si fuesen un bien escaso que en cualquier momento se me fuese a acabar. Siempre saludé a unos pocos, a los que sentía de verdad mis amigos, y que debo confesar, siempre fueron pocos.
Hoy entendí que hay distintas clases de amigos y fui acuñándolos con el correr de los años, sin embargo, sigo guardando con recelo los saludos. Cabeza dura la mina.
La explicación quizá resida en el valor que le doy a la amistad. En lo especial que son mis amigos para mi, y en su incidencia en mi vida. Porque sin miedo a equivocarme digo que no sería lo que soy sin el paso de cada uno de ellos por mis días.
Y aunque cuando fui adolescente los festejos del día del amigo eran muy especiales para mi pequeña cofradía de aquel entonces, hoy sé que el día del amigo se festeja y se honra todos los días, en los pequeños gestos, en las pequeñas cosas.
La amistad, como casi todo en la vida, es una construcción diaria.
Se construye estando presentes, no importa cómo, o si es el 20 de julio, sino cuando es necesario.
Abrazando.
Escuchando.
Involucrándonos con las cosas del otro.
Aprendiendo a mirar, a descifrar en una mirada emociones, estados.
Sabiendo decir lo que el otro necesita, o diciendo lo que no espera para hacerlo reaccionar.
Aprendiendo a trocar palabras vacías por un abrazo, por un apretón de manos, por una caricia en la mejilla en el momento en que más lo necesita.
Volviéndonos permeables, dejándonos atravesar por el entorno, por los sentimientos.
Aprendiendo a compartir.
Siendo generosos.
Entendiendo.
Ejercitando la difícil tarea de ponernos en el lugar del otro.
Ser buenos amigos es todo un arte y uno va a prendiendo y mejorando según pasan los años y según lo que cada uno de nuestros amigos nos van enseñando. No es fácil, pero vale la pena.
Mis amigos son todos distintos, algunos llevan conmigo más de 27 años. Otros son más “nuevitos”. Otros son hermanos que elegí a conciencia. Muchos acompañaron momentos inolvidables de mi vida. Algunos nacieron producto de la virtualidad y hoy están muy cerquita a pesar de los kilómetros. Otros me miran y saben exactamente qué me pasa. Algunos pocos saben TODO de mi. Otros son yo misma pero en otro cuerpo.
Tengo amigos rubios, morochos, católicos, ateos, altos, flacos, rellenitos, petizos. Un lindo crisol de gente que lo único que hicieron fue hacerme una mejor persona. Pero hay algo que los iguala, hay algo en lo que todos coinciden: mis amigos SON BUENA GENTE, son de buena madera, y como diría Serrat, son lo mejor de cada casa.
A todos ellos lo único que tengo para decirles es GRACIAS por dejarme ser parte de sus vidas, pero por sobre todo, GRACIAS por ser parte de la mía.

PD: Gracias @anitaquirantes por recordarme hoy este hermoso tema de Serrat.

viernes, 15 de julio de 2011

Perdón por el egoismo

Hace un año vivía uno de esos momentos que, estoy segura, van a quedar guardados para siempre en mi memoria.
Asistía, a la distancia, al debate en el congreso para la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario, que finalmente fue aprobada en medio de la madrugada, mientras miles de argentinos seguíamos de cerca el desarrollo de ese momento histórico. Sí, yo fui de esas que se quedó hasta el final, la que puteó los discursos retrógrados de muchos de nuestros legisladores, la que se emocionó con la votación, la que lloró cuando quedó aprobada la ley, la que sintió en ese momento que como país habíamos crecido 100 años de golpe, la que al despertarse al día siguiente se sintió feliz por el logro colectivo.
Poder vivir esas horas a través de la TV, y compartir e intercambiar opiniones en las redes sociales, fue una de las cosas que también hicieron a ese día especial. La adrenalina vivida fue increíble, gloriosa, única.
Y tengo que decir que cuando la posibilidad de que surja una ley de este tipo se instaló en la sociedad, supe desde un primer momento cuál era mi postura, sin dudas y con absoluta convicción estaba A FAVOR del Matrimonio Igualitario.
Y aunque no soy militante de ningún partido, la defendí cada vez que pude, en los ambientes más diversos y ante personas que opinaban distinto a mi, aún a riesgo de entrar en terreno escabroso y convertirme en el aguafiestas de la reunión.
¿Y saben qué? No lo hice por ninguno de ustedes. Lo hice por un motivo pura y exclusivamente personal.
Lo hice porque en lo único que pensé desde un primer momento fue en mis hijos. Pensé en que si algún día ellos venían a decirme que eran homosexuales, yo quería para ellos lo mismo que tuve yo.
Quería igualdad de oportunidades y condiciones sin importar su elección o condición sexual.
Quería que la tengan fácil, al menos en ese sentido. Que no tengan que luchar contra posibles discrimaciones, que pudiesen elegir lo que mejor les parezca, como harían sus primos o amigos heterosexuales.
Quería que sus sentimientos y sus preferencias no fuesen un impedimento para alcanzar la plenitud y la felicidad, en un mundo donde ya de por sí, no es tarea sencilla ser feliz.
Y sí, perdón, pero pensé en ellos por sobre todos ustedes. Pasa que a veces la sangre tira, ¿vio?

Ah, y perdón por Olmedo también...

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Nos damos una tregua?

Hoy pedí gancho. Me permití una tregua.
Me dije a mi misma que iba a poder, y pude.
No salté la muralla, todavía sigue siendo muy alta. Pero me animé a subirme a una escalera para poder ver del otro lado, para intentar extenderte mi mano y ver si de una vez por todas logro tocar, aunque sea, la punta de tus dedos.
No sé si funcionará. No sé si podré.
Teneme paciencia, entendeme. No es fácil para mi.
Prometo tenerte paciencia, prometo entenderte. Sé que tampoco es fácil para vos.
A veces se hace difícil traspasar mi coraza, lo sé. Pero sabe que también es difícil luchar con algunos sentimientos que llevan instalados largo tiempo dentro nuestro.
Pero voy a intentarlo, te lo prometo.
Voy a intentarlo por mi. Voy a intentarlo por vos.
Y si en el intento logro rozar aunque sea la punta de tus dedos, si en el intento logro acercarte a mi corazón, entonces todo el esfuerzo habrá valido la pena.

lunes, 10 de enero de 2011

Chau pedacito de infancia.


Murió María Elena Walsh y en honor a la importancia de su presencia en mi infancia, me permito llorarla un poquito, casi como si la hubiese conocido, como si hubiese sido una tía o una abuela.
Y me pregunto: ¿Acaso no lo fue? ¿No fue ella esa tía o abuela que a través de sus libros me contaba historias? Sí, quiero creer que si.
Sus libros fueron mis primeros tesoros. Llegaron a mis manos gracias a una de mis tías, que desde muy chica comenzó a enseñarme el amor por la lectura y que más tarde me llevaba a la librería para que me sumerja entre sus estantes y pueda elegir yo misma lo que quería leer.
La imaginación de María Elena me abrió la puerta de un mundo donde todo era posible, un reino del revés, donde nada el pájaro y vuela el pez; donde un elefante se transforma en mascota; donde un gato pesca sombreros con una caña desde una ventana; donde una letra llamada plapla es eliminada del abecedario por inquieta y movediza; donde un mono caza a una naranja a la orilla de una zanja; donde una batata es reina y donde una vaca de la quebrada de Humahuaca quiere ir a la escuela.
Ella fue mi primera compañera durante las madrugadas donde yo comenzaba a despuntar el vicio de la lectura nocturna. Ella la culpable de que cada noche me peleara con mi hermana porque quería apagar la luz y yo quería seguir leyendo hasta caer rendida de sueño.
Ella, su voz y sus letras fueron la música que acompañó almuerzos y cenas en casa. Todos cantando las canciones. Mi papá, mi hermana y yo bailando el twist del mono Liso en el living en más de una ocasión.
Hoy se fue, la lloro, pero me siento afortunada de haberla tenido, de haberla leído, de poder apreciar a ciencia cierta lo que fue y lo que nos dejó.
Hoy se fue y se lleva con ella un pedacito de mi infancia, aún así, yo me siento millonaria al saber que todavía tengo sus libros, ajados, recontra ídos y con olor a viejo.
Me siento un poquito feliz de que mis hijos sepan quién es, de que tengan una colección de su obra y hasta fantaseo con la idea se ser abuela y poder comprarle y leerle sus libros a mis nietos.
Gracias María Elena por Dailan Kifki, por Doña Disparate y Bambuco, por Zoo Loco, por Tutú Marambá, por Cuentopos de Gulubú. Gracias por la Vaca estudiosa, por el Brujito de Gulubú, por el gato que pes, por la Reina Batata, por Mono Liso y la naranja. Gracias por tu reino del revés, por Manuelita, por Osoflete Colorete, por la marcha de Osías en el bazar.
Gracias por tratarnos como adultos aún cuando éramos niños. Gracias por hacernos sentir niños, aún cuando ya nos convertimos en adultos.
GRACIAS, gracias por tanto. Te debo una.