Los mails tardan en abrirse. Los archivos no bajan más. No puedo enviar esos audios que necesito a través de la web. Gtalk se inhabilita porque sí. El msn se cae una y mil veces. Esto no puede ser cierto, no un lunes...
Comienzo a desesperarme, salto de una página a otra compulsivamente. El doble click se transforma en quíntuple y hasta séxtuple click como creyendo que de esa manera la orden que doy es mas clara y más efusiva. Nada, el señor que está al otro lado de la pantalla seguro está tomando mate y se olvidó de hacerle caso a mis órdenes (Porque así funciona esto, ¿no? Hay un señor del otro lado que, al igual que las viejas operadoras de teléfono, va recibiendo nuestras órdenes y apretando botoncitos para que se concreten, así es ¿no?)
Entro en pánico. Respiro profundo, intento tranquilizarme, cuento hasta 100. De repente se me ocurre la genial idea de que esto no puede ser otra cosa que una terrible pesadilla. Sí, estoy en una pesadilla. Me pellizco para despertarme y... No, no era una pesadilla. Ahora me duele la falta de conexión y también el pellizcón que me autopropiné, pero más lo primero que lo segundo.
Sacando la veta graciosa de esa desesperación que me invade y que casi bordea la locura, los días en que Internet anda mal, o anda con una lentitud digna de tortuga o directamente no anda, me pregunto inevitablemente ¿Cómo hacían los periodistas para trabajar hace algunos años sin esta herramienta que hoy en día se convirtió en la mano derecha de cualquier trabajador?
Sin Internet y sin celular, mi trabajo parece imposible de hacer. Desde el acto más sencillo, enviar un mail a alguien; hasta el más complejo, quedan en la nada, son una misión imposible que ni Tom Cruice podría llevar a cabo.
¿Se imaginan produciendo un programa, ya sea de TV o radio, sin celular, sin mail y sin chat? ¿Cuánto más caro sería y cuánta energía de más tendríamos que poner al servicio de ese acto? Todo lo que hoy hacemos con cierta facilidad, como armar una agenda de medios, coordinar entrevistas o simplemente enviar información, sería una tarea casi titánica.
Sí, ya lo sé, los periodistas de antaño así lo hacían y ninguno murió en el intento. Lo sé. Sin embargo, cuando tengo estos días donde la tecnología está en una vereda y yo en la otra, intento imaginar cómo sería mi vida sin Internet y la verdad, que no lo imagino.
Soy rehén de esta fantástica herramienta, y mientras más beneficios y facilidades me da, más rehén soy, porque el día que me faltan, el día que se cortó una fibra óptica en la Conchinchina o hay una tormenta, o lo que sea, yo no sé cómo se hace para transitar el día decentemente y sin sentirme una desquiciada y una adicta.
Casi me animo a establecer un paralelismo entre la relación que entablamos con Internet y la que entablamos con alguien cuando nos enamoramos. Esa relación de dependencia (que no debería ser tal) es tan importante que cuando está, todo es magia, todo fluye, te sentís feliz y dueño del mundo. Cuando no está, cuando se va y te deja porque sí, sos un despojo humano, no sabés para dónde salir corriendo ni cómo hacer para vivir sin el otro. Con el tiempo vas aprendiendo y cuando te deja el ser en cuestión, no te desesperás ni lloras desconsoladamente. Ahora, si te deja Internet, todavía no sabés cómo no sumirte en la más profunda desesperación. ¿O no?
Ante todo esto, la buena noticia es que, así como nadie muere de amor, nadie muere sin Internet. Y yo, mientras espero que los audios se adjunten, las páginas se abran y gtalk se digne a quedarse más de 15 minutos conectado, voy escribiendo este post. Al fin y al cabo, estar un poco sin internet no está tan mal, ¿no?