El sábado con mi familia nos pasamos el día bromeando sobre nuestras muertes. Dijimos no tener miedo de hablar sobre ella, de nombrarla. Al fin y al cabo, de un modo u otro, algún día llegaría. Hicimos los chistes más inverosímiles con gran desparpajo. Nos reímos, nos reímos mucho.
El domingo la que se burló de mi, fue la muerte. Ella se paseó cerquita mío y de todos los que amamos el periodismo en Salta. El domingo la muerte, caprichosa, injusta, soberbia, se llevó a una gran colega.
Pato no era mi amiga. Pato era eso, una colega. Una colega con la que sólo nos vimos unas cuantas veces, pero con la que hablamos por teléfono y chateamos cientos de veces.
Pato tenía 41 años, dos hijos, una sonrisa hermosa que la hacía brillar y toda una vida por delante.
Cuando tenía que armar una convocatoria de medios, Pato era una de las primeras a la que ELEGÍA llamar. ¿Por qué? Porque era un placer tratar con ella. Siempre estaba de buen humor, siempre tenía un manojo de palabras lindas para recibirme. Su predisposición y su buena onda traspasaban la pantalla y el teléfono. SIEMPRE. Y yo me queda contenta porque ella me había hecho la mañana un poquito más fácil, al menos por un ratito.
A Pato se le notaba lo buena gente con poco. Bastaba con mirarla a los ojos para saber que uno estaba hablando con una mina de buena madera.
Todas las muestras de cariño que vi, leí y sentí de TODOS lo que alguna vez trataron con ella, no hacen más que confirmar que nunca me equivoqué en mi percepción sobre esta mujercita, pequeñita de estatura, pero al parecer, gigante de alma.
Hoy ella se fue y todos nos quedamos tristes. Seguramente, todos estamos pensando en lo injusta que es la vida, o mejor dicho, en lo injusta que es la muerte a veces.
Soy atea, tremendamente atea, y eso me impide pensar que algún Dios sabía lo que hacía al llevársela. Sólo puedo pensar que así es la vida y que la mejor manera que tenemos de vivirla es siendo como fue Pato. Sembrando sonrisas, siendo generosos con los otros, cultivando y cuidando amistades, brindándonos por completo. Porque eso, y sólo eso, es lo que verdaderamente nos hace trascender en el tiempo y el espacio y lo que nos deja cerca de la gente para siempre, aún cuando no estemos más en este mundo.
Chau, Patito, gracias por todo.