miércoles, 18 de agosto de 2010

Hay distancias que duelen.

Tengo a gente que amo, que amo de verdad, lejos, muy lejos y esas son las distancias que me duelen.
A veces quisiera darles un abrazo enorme, poder contener. O que me abracen, que me contengan.
Pero están los kilómetros en el medio y sólo puedo transmitir mi amor por medio de estas teclitas o a través de un llamado.
Mi amiga, mi hermana del alma, esa que conozco desde jardín, hoy necesita mi abrazo, y yo me muero por dárselo, pero no puedo. Unos míseros 200 kilómetros me separan de ella.
Le hablo por el chat, le digo cuánto la amo, que todo va a pasar, que todo va a mejorar. Un poquito sirve, me dice que mi abrazo le llega. Y yo me lo creo, me lo creo porque de verdad quiero que un poquito de ese abrazo le llegue, me lo creo porque nada me gustaría más que aliviarle este dolor.
Y escribo, y le hablo, y cada palabra, cada letra es mi forma de abrazarla. La rodeo con todo el amor que tengo transformado en vocales y consonantes. Y escribo, y escribo, y escribo, y parece que cada toque de mis dedos en las teclas es un paso que doy en esta carrera por estar cerquita, por mimarla, por cuidarla de los golpes de la vida.
Ojalá sirva, porque si sirve, si todo lo que escribí la hizo sentir un poquito mejor, si todo lo que dije y le llegó a través de la pantalla de la computadora la hizo sentir abrazada por mi, entonces todo tiene sentido, hasta esta dolorosa distancia.