Creer.
Soñar.
Despertarse.
Desencantarse.
Jurar en no volver a confiar.
Distraerse, y un día, volver a creer.
Volar.
Caminar por las nubes.
Mirar el mundo desde otra dimensión.
Sentirse tremendamente vivo.
Y de repente, caída libre, otra vez.
Morder y acariciar la tierra.
Sacudirse.
Repensarse.
Mirarse desde afuera.
Mirarse para adentro.
Olvidarse las autopromesas.
Dejarse llevar.
Volver a jugar.
Sacarse y ponerse la coraza, una y mil veces.
Mujer, hija, hermana, madre, esposa, amante, tía, periodista, amiga…Soy todo eso, y a veces más. Ejerzo de a ratos y a veces a tiempo completo, con todo mi humor y mi paciencia y, a veces, sin ninguna de las dos cosas. Soy artesana de mi destino: lo moldeo a mi gusto, como quiero, como me va saliendo. Soy lo que hay y siempre, o casi siempre, me gusta lo que soy. Hoy, lo comparto con ustedes.
sábado, 30 de julio de 2011
miércoles, 20 de julio de 2011
Lo mejor de cada casa
No recuerdo cuántos años tenía, pero no debo haber pasado los 12 o 13, el día que mi papá me hizo escuchar la canción “Las malas compañías”, de Serrat ( http://www.youtube.com/watch?v=rQIv3Ynfxn0 ). Fiel a su estilo, no sólo trataba de hacer que conozca la canción, sino que la escuche, que entienda la letra.
Como no podía ser de otra manera, se conocía las canciones de memoria y me repetía las partes más importantes explicándomelas.
De todas las canciones que me hizo escuchar, esta fue una de las más especiales (aunque no la más especial). Todavía me veo sentada en la cocina de casa con él, escuchándola. Recuerdo la explicación que me dio en cada parte, cómo me enseñó qué significaba cada palabra. Cómo se reía de manera pícara durante las primeras estrofas ante mi cara de: “esos no pueden ser buenos amigos”. Con su cara parecía decirme: “esperá, ya vas a ver que esos sí son amigos”.
Y sí, después venía lo mejor. Después venía la explicación de lo que son los amigos de verdad, de lo fundamentales que son en nuestras vidas, del sentido que le dan.
Tengo que confesar que no soy de esas personas que andan derrochando saludos por el día del amigo, para mi el día del amigo no es navidad o año nuevo. No. Mezquiné siempre los saludos, como si fuesen un bien escaso que en cualquier momento se me fuese a acabar. Siempre saludé a unos pocos, a los que sentía de verdad mis amigos, y que debo confesar, siempre fueron pocos.
Hoy entendí que hay distintas clases de amigos y fui acuñándolos con el correr de los años, sin embargo, sigo guardando con recelo los saludos. Cabeza dura la mina.
La explicación quizá resida en el valor que le doy a la amistad. En lo especial que son mis amigos para mi, y en su incidencia en mi vida. Porque sin miedo a equivocarme digo que no sería lo que soy sin el paso de cada uno de ellos por mis días.
Y aunque cuando fui adolescente los festejos del día del amigo eran muy especiales para mi pequeña cofradía de aquel entonces, hoy sé que el día del amigo se festeja y se honra todos los días, en los pequeños gestos, en las pequeñas cosas.
La amistad, como casi todo en la vida, es una construcción diaria.
Se construye estando presentes, no importa cómo, o si es el 20 de julio, sino cuando es necesario.
Abrazando.
Escuchando.
Involucrándonos con las cosas del otro.
Aprendiendo a mirar, a descifrar en una mirada emociones, estados.
Sabiendo decir lo que el otro necesita, o diciendo lo que no espera para hacerlo reaccionar.
Aprendiendo a trocar palabras vacías por un abrazo, por un apretón de manos, por una caricia en la mejilla en el momento en que más lo necesita.
Volviéndonos permeables, dejándonos atravesar por el entorno, por los sentimientos.
Aprendiendo a compartir.
Siendo generosos.
Entendiendo.
Ejercitando la difícil tarea de ponernos en el lugar del otro.
Ser buenos amigos es todo un arte y uno va a prendiendo y mejorando según pasan los años y según lo que cada uno de nuestros amigos nos van enseñando. No es fácil, pero vale la pena.
Mis amigos son todos distintos, algunos llevan conmigo más de 27 años. Otros son más “nuevitos”. Otros son hermanos que elegí a conciencia. Muchos acompañaron momentos inolvidables de mi vida. Algunos nacieron producto de la virtualidad y hoy están muy cerquita a pesar de los kilómetros. Otros me miran y saben exactamente qué me pasa. Algunos pocos saben TODO de mi. Otros son yo misma pero en otro cuerpo.
Tengo amigos rubios, morochos, católicos, ateos, altos, flacos, rellenitos, petizos. Un lindo crisol de gente que lo único que hicieron fue hacerme una mejor persona. Pero hay algo que los iguala, hay algo en lo que todos coinciden: mis amigos SON BUENA GENTE, son de buena madera, y como diría Serrat, son lo mejor de cada casa.
A todos ellos lo único que tengo para decirles es GRACIAS por dejarme ser parte de sus vidas, pero por sobre todo, GRACIAS por ser parte de la mía.
PD: Gracias @anitaquirantes por recordarme hoy este hermoso tema de Serrat.
Como no podía ser de otra manera, se conocía las canciones de memoria y me repetía las partes más importantes explicándomelas.
De todas las canciones que me hizo escuchar, esta fue una de las más especiales (aunque no la más especial). Todavía me veo sentada en la cocina de casa con él, escuchándola. Recuerdo la explicación que me dio en cada parte, cómo me enseñó qué significaba cada palabra. Cómo se reía de manera pícara durante las primeras estrofas ante mi cara de: “esos no pueden ser buenos amigos”. Con su cara parecía decirme: “esperá, ya vas a ver que esos sí son amigos”.
Y sí, después venía lo mejor. Después venía la explicación de lo que son los amigos de verdad, de lo fundamentales que son en nuestras vidas, del sentido que le dan.
Tengo que confesar que no soy de esas personas que andan derrochando saludos por el día del amigo, para mi el día del amigo no es navidad o año nuevo. No. Mezquiné siempre los saludos, como si fuesen un bien escaso que en cualquier momento se me fuese a acabar. Siempre saludé a unos pocos, a los que sentía de verdad mis amigos, y que debo confesar, siempre fueron pocos.
Hoy entendí que hay distintas clases de amigos y fui acuñándolos con el correr de los años, sin embargo, sigo guardando con recelo los saludos. Cabeza dura la mina.
La explicación quizá resida en el valor que le doy a la amistad. En lo especial que son mis amigos para mi, y en su incidencia en mi vida. Porque sin miedo a equivocarme digo que no sería lo que soy sin el paso de cada uno de ellos por mis días.
Y aunque cuando fui adolescente los festejos del día del amigo eran muy especiales para mi pequeña cofradía de aquel entonces, hoy sé que el día del amigo se festeja y se honra todos los días, en los pequeños gestos, en las pequeñas cosas.
La amistad, como casi todo en la vida, es una construcción diaria.
Se construye estando presentes, no importa cómo, o si es el 20 de julio, sino cuando es necesario.
Abrazando.
Escuchando.
Involucrándonos con las cosas del otro.
Aprendiendo a mirar, a descifrar en una mirada emociones, estados.
Sabiendo decir lo que el otro necesita, o diciendo lo que no espera para hacerlo reaccionar.
Aprendiendo a trocar palabras vacías por un abrazo, por un apretón de manos, por una caricia en la mejilla en el momento en que más lo necesita.
Volviéndonos permeables, dejándonos atravesar por el entorno, por los sentimientos.
Aprendiendo a compartir.
Siendo generosos.
Entendiendo.
Ejercitando la difícil tarea de ponernos en el lugar del otro.
Ser buenos amigos es todo un arte y uno va a prendiendo y mejorando según pasan los años y según lo que cada uno de nuestros amigos nos van enseñando. No es fácil, pero vale la pena.
Mis amigos son todos distintos, algunos llevan conmigo más de 27 años. Otros son más “nuevitos”. Otros son hermanos que elegí a conciencia. Muchos acompañaron momentos inolvidables de mi vida. Algunos nacieron producto de la virtualidad y hoy están muy cerquita a pesar de los kilómetros. Otros me miran y saben exactamente qué me pasa. Algunos pocos saben TODO de mi. Otros son yo misma pero en otro cuerpo.
Tengo amigos rubios, morochos, católicos, ateos, altos, flacos, rellenitos, petizos. Un lindo crisol de gente que lo único que hicieron fue hacerme una mejor persona. Pero hay algo que los iguala, hay algo en lo que todos coinciden: mis amigos SON BUENA GENTE, son de buena madera, y como diría Serrat, son lo mejor de cada casa.
A todos ellos lo único que tengo para decirles es GRACIAS por dejarme ser parte de sus vidas, pero por sobre todo, GRACIAS por ser parte de la mía.
PD: Gracias @anitaquirantes por recordarme hoy este hermoso tema de Serrat.
viernes, 15 de julio de 2011
Perdón por el egoismo
Hace un año vivía uno de esos momentos que, estoy segura, van a quedar guardados para siempre en mi memoria.
Asistía, a la distancia, al debate en el congreso para la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario, que finalmente fue aprobada en medio de la madrugada, mientras miles de argentinos seguíamos de cerca el desarrollo de ese momento histórico. Sí, yo fui de esas que se quedó hasta el final, la que puteó los discursos retrógrados de muchos de nuestros legisladores, la que se emocionó con la votación, la que lloró cuando quedó aprobada la ley, la que sintió en ese momento que como país habíamos crecido 100 años de golpe, la que al despertarse al día siguiente se sintió feliz por el logro colectivo.
Poder vivir esas horas a través de la TV, y compartir e intercambiar opiniones en las redes sociales, fue una de las cosas que también hicieron a ese día especial. La adrenalina vivida fue increíble, gloriosa, única.
Y tengo que decir que cuando la posibilidad de que surja una ley de este tipo se instaló en la sociedad, supe desde un primer momento cuál era mi postura, sin dudas y con absoluta convicción estaba A FAVOR del Matrimonio Igualitario.
Y aunque no soy militante de ningún partido, la defendí cada vez que pude, en los ambientes más diversos y ante personas que opinaban distinto a mi, aún a riesgo de entrar en terreno escabroso y convertirme en el aguafiestas de la reunión.
¿Y saben qué? No lo hice por ninguno de ustedes. Lo hice por un motivo pura y exclusivamente personal.
Lo hice porque en lo único que pensé desde un primer momento fue en mis hijos. Pensé en que si algún día ellos venían a decirme que eran homosexuales, yo quería para ellos lo mismo que tuve yo.
Quería igualdad de oportunidades y condiciones sin importar su elección o condición sexual.
Quería que la tengan fácil, al menos en ese sentido. Que no tengan que luchar contra posibles discrimaciones, que pudiesen elegir lo que mejor les parezca, como harían sus primos o amigos heterosexuales.
Quería que sus sentimientos y sus preferencias no fuesen un impedimento para alcanzar la plenitud y la felicidad, en un mundo donde ya de por sí, no es tarea sencilla ser feliz.
Y sí, perdón, pero pensé en ellos por sobre todos ustedes. Pasa que a veces la sangre tira, ¿vio?
Ah, y perdón por Olmedo también...
Asistía, a la distancia, al debate en el congreso para la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario, que finalmente fue aprobada en medio de la madrugada, mientras miles de argentinos seguíamos de cerca el desarrollo de ese momento histórico. Sí, yo fui de esas que se quedó hasta el final, la que puteó los discursos retrógrados de muchos de nuestros legisladores, la que se emocionó con la votación, la que lloró cuando quedó aprobada la ley, la que sintió en ese momento que como país habíamos crecido 100 años de golpe, la que al despertarse al día siguiente se sintió feliz por el logro colectivo.
Poder vivir esas horas a través de la TV, y compartir e intercambiar opiniones en las redes sociales, fue una de las cosas que también hicieron a ese día especial. La adrenalina vivida fue increíble, gloriosa, única.
Y tengo que decir que cuando la posibilidad de que surja una ley de este tipo se instaló en la sociedad, supe desde un primer momento cuál era mi postura, sin dudas y con absoluta convicción estaba A FAVOR del Matrimonio Igualitario.
Y aunque no soy militante de ningún partido, la defendí cada vez que pude, en los ambientes más diversos y ante personas que opinaban distinto a mi, aún a riesgo de entrar en terreno escabroso y convertirme en el aguafiestas de la reunión.
¿Y saben qué? No lo hice por ninguno de ustedes. Lo hice por un motivo pura y exclusivamente personal.
Lo hice porque en lo único que pensé desde un primer momento fue en mis hijos. Pensé en que si algún día ellos venían a decirme que eran homosexuales, yo quería para ellos lo mismo que tuve yo.
Quería igualdad de oportunidades y condiciones sin importar su elección o condición sexual.
Quería que la tengan fácil, al menos en ese sentido. Que no tengan que luchar contra posibles discrimaciones, que pudiesen elegir lo que mejor les parezca, como harían sus primos o amigos heterosexuales.
Quería que sus sentimientos y sus preferencias no fuesen un impedimento para alcanzar la plenitud y la felicidad, en un mundo donde ya de por sí, no es tarea sencilla ser feliz.
Y sí, perdón, pero pensé en ellos por sobre todos ustedes. Pasa que a veces la sangre tira, ¿vio?
Ah, y perdón por Olmedo también...
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