Cuando levantó su copa para despedir el año que se iba, Paula se sintió gigante y le soltó la mano al 2010 sin un solo reproche. No todo había sido perfecto, pero lo mejor había pasado. Ella había dejado ir y había vuelto a recuperar su paz interior, había vuelto a ser la de siempre.
Se sintió tan, pero tan gigante, que no pudo evitar recordar aquella frase que su amiga María le dijo un día en medio de una de esas crisis que sólo la dejaban llorar: "Cuando hablás de él te volvés chiquitita, vos, que sos tan grande y hermosa, vos que podés contra todo, te volvés diminuta".
Paula arrastraba mal de amores de una "relación" de casi dos años. Y ya saben ustedes cómo es el amor. Así como te hace gigante un día, al otro día te deja acurrucada en un rincón preguntando qué pasó, cómo fue que te encogiste de golpe.
Es que un buen día Paula se enamoró. Y sintió maripositas en la panza y tocó el cielo con las manos y todas esas cosas que pasan cuando uno se enamora.
Pasa que un caballero la llenó de atención, mimos, palabras y días mágicos y claro, un buen día el hombre también decidió tomar distancia. Ojo, una distancia prudente, esa que mira desde lejos y siempre vuelve a aparecer, como para no perder el tesoro del todo, para seguir teniendo siempre una chance en ese puerto.
Y Paula sintió que su vida se terminaba en ese abandono. Sintió que sabía lo que tenía que hacer ante aquel hombre que jugaba con sus sentimientos pero no podía hacerlo.
Algo dentro suyo no le permitía dejar ir, cerrar la puerta que él pretendía dejar, al parecer, siempre entreabierta.
Su mente y su corazón libraron en ella una gran batalla que por momentos se tornó agotadora, desequilibrante, terriblemente dolorosa, sobre todo terriblemente dolorosa.
Pero un buen día Paula decidió soltar amarras de ese puerto, decidió cerrar la puerta con doble vuelta de llave y tirar esa llave lo más lejos posible. Decidió “quemar las naves”.
Así fue como luego de un encuentro más de los tantos que tuvieron, despidió a Marcos sabiendo que esa era la última vez que lo veía. Lo despidió feliz, convencida de que eso era lo que más deseaba en el mundo.
Paula fue libre y volvió a sentir una paz enorme dentro de sí, esa paz que se siente cuando el bienestar propio no depende de nadie más que de uno mismo.