Hace rato leía el poema "No te salves" del enorme Benedetti. Ese hombrecito con cara arrugada y mirada dulce y profunda que siempre me inspiró unas ganas tremendas de abrazarlo y acunarlo en mis brazos. Como una manera quizá de devolverle todo lo que él nos dio, y nos seguirá dando, con sus poesías.
Decía, leía su poema y sentía que yo, justo ahora, me estoy salvando.
Estoy inmóvil al borde del camino. Congelando el júbilo, queriendo con desgana.
No estoy llena de calma, pero sí estoy dejando caer los párpados pesados como juicios. Juicios contra mí misma, claro, que es el peor juicio al que podemos someternos.
Y me seco sin labios.
Y me duermo sin sueño.
Y me pienso sin sangre.
Y me juzgo sin tiempo.
Y pese a todo, pese a saber que elegir salvarse es estar un poco muerto, hoy no puedo evitarlo y me salvo.
Hoy me quedo al borde del camino viendo los días pasar. En acción por fuera, pero inmóvil por dentro, sin reacción. Esperando que el tiempo pase.
Hoy me salvo, porque no encuentro otro modo, porque no me sale de otro modo.
Hoy, sólo por hoy o algunos cuantos hoy más, me salvo.
Quizá como vos. Quizá como muchos.