La puerta se cierra a mis espaldas, el mundo es un laberinto y estoy otra vez en el principio.
Ahí estoy, perdida, sin encontrarme. Otra vez.
Todavía no son las 8, recién salí de casa y ya quiero volverme a la cama. Este martes devenido en lunes no ayuda en nada.
De repente algo roza mi hombro.
Reacciono.
Asomo la cabeza por encima del laberinto.
Una mano pequeña, posada en mi hombro, me acaricia con su dedo gordo.
No hay palabras. Sólo esa mano acariciándome.
Tiago, desde el asiento de atrás del auto, todo lo adivina, todo lo intuye, todo lo entiende. Siempre.
Y no dice nada, quizá porque con sus 8 años no sabe qué decir, y por eso pone su mano en mi hombro y diciendo, sin decir, me dice: "acá estoy, no estás sola".
Cierro los ojos por unos segundos con mucha fuerza.
No vale llorar, me digo a mí misma.
Y me prometo que esa caricia será mi mantra de este martes tan lunes.
Que pensaré en ese gesto ante cada ahogo, ante cada falta de aire, ante cada ganas de salir corriendo a ningún lugar.
A veces, o quizá casi siempre, lo que salvan son esas pequeñeces.
Hoy voy a pensar en pequeño.
Mujer, hija, hermana, madre, esposa, amante, tía, periodista, amiga…Soy todo eso, y a veces más. Ejerzo de a ratos y a veces a tiempo completo, con todo mi humor y mi paciencia y, a veces, sin ninguna de las dos cosas. Soy artesana de mi destino: lo moldeo a mi gusto, como quiero, como me va saliendo. Soy lo que hay y siempre, o casi siempre, me gusta lo que soy. Hoy, lo comparto con ustedes.
martes, 9 de octubre de 2012
viernes, 13 de abril de 2012
Mi gotita de agua
Un día como hoy, pero hace 8 años, me convertía en mamá por primera vez.
Tiago llegaba a este mundo y yo vivía en ese instante el acto más instintivo y primitivo que viví alguna vez en mi vida.
En quirófano y con las manos atadas a una tabla (ya sé, suena horrible, pero era para que no toque el "campo" de la cesárea), me acercaron a mi hijo y yo, que no podía usar mis manos para tocarlo, acariciarlo y mimarlo, comencé a olerlo, a recorrerlo con mi cara, a sentir con mi piel ya curtida esa piel nueva, calentita y suave.
Mi cara, mi olfato y mis ojos, fueron en ese momento mis manos. Y recorrí milímetro por milímetro su pequeñez, mirándolo y asombrándome de que ese ser hubiese habitado en mi 9 meses.
Hoy, cada vez que lo beso vuelvo a acariciarlo con mi cara, vuelvo a olerlo y siempre, o casi siempre, vuelvo con el recuerdo a nuestro primer encuentro.
Tiago es hoy un hombrecito hermoso. Es un ser con una sensibilidad especial. En él todo es intenso. Está lleno de amor y dulzura. Es mi gran orgullo cada vez que está fuera de casa y la gente lo alaba, y a veces, mi dolor de cabeza cuando está en casa...
Dicen que es igual a mí físicamente, mi gotita de agua. Yo en cambio, me reconozco en él cuando veo cómo la impotencia lo paraliza.
Tiago es uno de los grandes amores de mi vida, el que me transformó para siempre en un ser vulnerable con su sola existencia y el que me puso frente al desafío, tremendo desafío, de ser madre.
No sé si pasaré la prueba con buenas calificaciones. No sé si seré la mejor mamá del mundo. Sólo sé que, desde lo más profundo de mi ser, lo único que quiero es poder estar a la altura de este hijo que me tocó. Ojalá lo logre.
martes, 27 de marzo de 2012
Hoy me salvo
Hace rato leía el poema "No te salves" del enorme Benedetti. Ese hombrecito con cara arrugada y mirada dulce y profunda que siempre me inspiró unas ganas tremendas de abrazarlo y acunarlo en mis brazos. Como una manera quizá de devolverle todo lo que él nos dio, y nos seguirá dando, con sus poesías.
Decía, leía su poema y sentía que yo, justo ahora, me estoy salvando.
Estoy inmóvil al borde del camino. Congelando el júbilo, queriendo con desgana.
No estoy llena de calma, pero sí estoy dejando caer los párpados pesados como juicios. Juicios contra mí misma, claro, que es el peor juicio al que podemos someternos.
Y me seco sin labios.
Y me duermo sin sueño.
Y me pienso sin sangre.
Y me juzgo sin tiempo.
Y pese a todo, pese a saber que elegir salvarse es estar un poco muerto, hoy no puedo evitarlo y me salvo.
Hoy me quedo al borde del camino viendo los días pasar. En acción por fuera, pero inmóvil por dentro, sin reacción. Esperando que el tiempo pase.
Hoy me salvo, porque no encuentro otro modo, porque no me sale de otro modo.
Hoy, sólo por hoy o algunos cuantos hoy más, me salvo.
Quizá como vos. Quizá como muchos.
Decía, leía su poema y sentía que yo, justo ahora, me estoy salvando.
Estoy inmóvil al borde del camino. Congelando el júbilo, queriendo con desgana.
No estoy llena de calma, pero sí estoy dejando caer los párpados pesados como juicios. Juicios contra mí misma, claro, que es el peor juicio al que podemos someternos.
Y me seco sin labios.
Y me duermo sin sueño.
Y me pienso sin sangre.
Y me juzgo sin tiempo.
Y pese a todo, pese a saber que elegir salvarse es estar un poco muerto, hoy no puedo evitarlo y me salvo.
Hoy me quedo al borde del camino viendo los días pasar. En acción por fuera, pero inmóvil por dentro, sin reacción. Esperando que el tiempo pase.
Hoy me salvo, porque no encuentro otro modo, porque no me sale de otro modo.
Hoy, sólo por hoy o algunos cuantos hoy más, me salvo.
Quizá como vos. Quizá como muchos.
martes, 17 de enero de 2012
Mi despedida a Pato
El sábado con mi familia nos pasamos el día bromeando sobre nuestras muertes. Dijimos no tener miedo de hablar sobre ella, de nombrarla. Al fin y al cabo, de un modo u otro, algún día llegaría. Hicimos los chistes más inverosímiles con gran desparpajo. Nos reímos, nos reímos mucho.
El domingo la que se burló de mi, fue la muerte. Ella se paseó cerquita mío y de todos los que amamos el periodismo en Salta. El domingo la muerte, caprichosa, injusta, soberbia, se llevó a una gran colega.
Pato no era mi amiga. Pato era eso, una colega. Una colega con la que sólo nos vimos unas cuantas veces, pero con la que hablamos por teléfono y chateamos cientos de veces.
Pato tenía 41 años, dos hijos, una sonrisa hermosa que la hacía brillar y toda una vida por delante.
Cuando tenía que armar una convocatoria de medios, Pato era una de las primeras a la que ELEGÍA llamar. ¿Por qué? Porque era un placer tratar con ella. Siempre estaba de buen humor, siempre tenía un manojo de palabras lindas para recibirme. Su predisposición y su buena onda traspasaban la pantalla y el teléfono. SIEMPRE. Y yo me queda contenta porque ella me había hecho la mañana un poquito más fácil, al menos por un ratito.
A Pato se le notaba lo buena gente con poco. Bastaba con mirarla a los ojos para saber que uno estaba hablando con una mina de buena madera.
Todas las muestras de cariño que vi, leí y sentí de TODOS lo que alguna vez trataron con ella, no hacen más que confirmar que nunca me equivoqué en mi percepción sobre esta mujercita, pequeñita de estatura, pero al parecer, gigante de alma.
Hoy ella se fue y todos nos quedamos tristes. Seguramente, todos estamos pensando en lo injusta que es la vida, o mejor dicho, en lo injusta que es la muerte a veces.
Soy atea, tremendamente atea, y eso me impide pensar que algún Dios sabía lo que hacía al llevársela. Sólo puedo pensar que así es la vida y que la mejor manera que tenemos de vivirla es siendo como fue Pato. Sembrando sonrisas, siendo generosos con los otros, cultivando y cuidando amistades, brindándonos por completo. Porque eso, y sólo eso, es lo que verdaderamente nos hace trascender en el tiempo y el espacio y lo que nos deja cerca de la gente para siempre, aún cuando no estemos más en este mundo.
Chau, Patito, gracias por todo.
El domingo la que se burló de mi, fue la muerte. Ella se paseó cerquita mío y de todos los que amamos el periodismo en Salta. El domingo la muerte, caprichosa, injusta, soberbia, se llevó a una gran colega.
Pato no era mi amiga. Pato era eso, una colega. Una colega con la que sólo nos vimos unas cuantas veces, pero con la que hablamos por teléfono y chateamos cientos de veces.
Pato tenía 41 años, dos hijos, una sonrisa hermosa que la hacía brillar y toda una vida por delante.
Cuando tenía que armar una convocatoria de medios, Pato era una de las primeras a la que ELEGÍA llamar. ¿Por qué? Porque era un placer tratar con ella. Siempre estaba de buen humor, siempre tenía un manojo de palabras lindas para recibirme. Su predisposición y su buena onda traspasaban la pantalla y el teléfono. SIEMPRE. Y yo me queda contenta porque ella me había hecho la mañana un poquito más fácil, al menos por un ratito.
A Pato se le notaba lo buena gente con poco. Bastaba con mirarla a los ojos para saber que uno estaba hablando con una mina de buena madera.
Todas las muestras de cariño que vi, leí y sentí de TODOS lo que alguna vez trataron con ella, no hacen más que confirmar que nunca me equivoqué en mi percepción sobre esta mujercita, pequeñita de estatura, pero al parecer, gigante de alma.
Hoy ella se fue y todos nos quedamos tristes. Seguramente, todos estamos pensando en lo injusta que es la vida, o mejor dicho, en lo injusta que es la muerte a veces.
Soy atea, tremendamente atea, y eso me impide pensar que algún Dios sabía lo que hacía al llevársela. Sólo puedo pensar que así es la vida y que la mejor manera que tenemos de vivirla es siendo como fue Pato. Sembrando sonrisas, siendo generosos con los otros, cultivando y cuidando amistades, brindándonos por completo. Porque eso, y sólo eso, es lo que verdaderamente nos hace trascender en el tiempo y el espacio y lo que nos deja cerca de la gente para siempre, aún cuando no estemos más en este mundo.
Chau, Patito, gracias por todo.
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